Octubre de 2008
En las sociedades modernas, las políticas y las realidades sociales se debaten entre la libertad y la seguridad, como elementos contrapuestos de una ecuación que busca el equilibrio imperfecto en el que poder encontrar una convivencia respetuosa con las vidas humanas y con las libertades de todas las personas.
Cada vez que se produce un atentado contra la sociedad (asesinatos, robos, terrorismo, etc.) surgen enseguida las demandas de mayor seguridad, mientras que, cuando se producen abusos por parte en estado con la excusa de la seguridad (intromisión en las comunicaciones, estado de emergencia, toques de queda, restricciones del derecho a la manifestación, etc.), inmediatamente se produce una demanda de mayor libertad.
En la Europa occidental, posiblemente debido a nuestra historia, prima actualmente la demanda de libertad y se ve con malos ojos utilizar la excusa de la seguridad para restringir las libertades individuales y sociales. En otros territorios hoy y en otros tiempos también en Europa, las cosas fueron al revés; por ello somos más proclives a demandar la prevalencia de la libertad, un bien que ha costado muchos siglos traer a nuestras sociedades.
Dicho en otras palabras, priorizamos proteger la dignidad de las personas (respetar el valor vidas y respetar sus derechos fundamentales, entre los que se encuentra la libertad) sobre la protección de las personas (cuando entra en conflicto con las libertades de otras).
En cierto modo, se puede plantear una similitud entre el proceso de crecimiento y maduración de una sociedad y el proceso de crecimiento y maduración de un ser humano. Cuando un niño es pequeño, los padres priman, de manera instintiva, la seguridad de la persona en detrimento de su libertad. Sin embargo, a medida que el niño va creciendo, se le van dando herramientas para que pueda aprender a gestionar su libertad, de manera que cuando llegue a la edad adulta, su libertad pueda ser ejercida, aún a riesgo de su seguridad.
Vemos, por lo tanto, que existe un proceso de transición desde la seguridad hacia la libertad tanto en las personas como en las sociedades. Pero... ¿es esto cierto para todas las personas?
Aquellos que nos dedicamos a colaborar para intentar transformar la sociedad de manera que cambie su visión sobre la diversidad funcional, sabemos que las políticas y aproximaciones sociales a este colectivo no han seguido tradicionalmente este patrón, sino que persiste a día de hoy una aproximación diferente para este grupo de personas. Somos un grupo de personas para los que todo el mundo parece preferir la seguridad sobre la libertad. Por eso seguimos siendo encerrados en residencias, esterilizados sin consentimiento, se plantean tratamientos involuntarios, se ve bien que se pueda investigar sobre nosotros sin nuestro consentimiento (incluso aunque no sea en nuestro propio beneficio), se nos protege mermando nuestra capacidad jurídica, se nos niegan los apoyos y la asistencia persona precisa para poder desarrollarnos en libertad, etc.
La nueva Convención sobre los derechos de las personas con discapacidad (diversidad funcional), pretende cambiar esta realidad y hacer prevalecer la libertad sobre la seguridad, la protección de la dignidad sobre la protección de la persona. Sin embargo, al no haber una reflexión profunda ni un cambio de mentalidad sobre la realidad de las personas con diversidad funcional, a pesar de tener nuestra propia voz y nuestras propias reflexiones, serán muchos los que acabarán haciendo lo de siempre, pensar que queremos y necesitamos algo distinto a la mayoría "normal": más seguridad pagando como precio la libertad.
No sé cómo generar ese cambio general y profundo, pero creo que no es tan difícil de entender que algunos preferimos, para nostros y para todos, independientemente de su diversidad funcional, género, nacionalidad, raza, religión, orientación sexual, etc. el riesgo de la libertad, compensado y equilibrado, pero no condicionado ni oprimido, por la seguridad.